Que los drones son una tecnología vanguardista y en alza es algo que nadie se atreve a dudar. Las aplicaciones que pueden tener estas aeronaves no tripuladas se multiplican a diario, y más van a hacerlo conforme se mejoren los 4 aspectos que impiden que este sector despegue definitivamente: seguridad, regularización, autonomía y precio.
El sector audiovisual es uno de los que más se ha beneficiado del potencial estético que ofrecen los drones. Sus cámaras, además de incorporar los avances tecnológicos más actuales, ofrecen fotos y vídeos desde una perspectiva a la que el ojo humano no está acostumbrado. Este es el principal motivo por el que no solo productoras y realizadores los han incluido entre sus materiales de trabajo, sino que empresas de diversa índole los han adquirido para hacer que sus productos y servicios sean más atractivos a sus clientes.
Pero, ¿basta con volar un drone, y hacer fotos y vídeos aéreos, para que el resultado sea óptimo? O, en otras palabras, ¿qué más hay que saber para sacar el máximo partido a un drone?
Lograr una buena exposición de luz en tus fotos o vídeos aéreos te permitirá dominar el 80% del impacto visual de tu trabajo. Casi todos los drones incorporan un mecanismo de exposición automático muy trabajado, útil para un uso estándar o amateur o para situaciones muy puntuales, pero poco rentable para la mayoría de usos profesionales. Para estos es necesario controlar los 3 mecanismos básicos de control de la exposición.
El diafragma. Este mecanismo está integrado en el objetivo de la cámara. Se trata de un conjunto de láminas superpuestas que se abren y se cierran controlando el haz de luz que incide sobre el sensor de la cámara. Además de un mecanismo de control de la exposición es uno de los patrones a tener en cuenta para controlar la profundidad de campo.
El obturador. Se trata de un mecanismo que en la mayoría de las cámaras se encuentra justo delante del sensor, y que controla el tiempo que éste está expuesto a la luz. Con él también se puede jugar para lograr efectos de movimiento o, por el contrario, congelar totalmente la escena.
La sensibilidad. Este parámetro es propio del sensor, y es herencia directa de la fotografía analógica. Existen carretes de distinta sensibilidad a la luz, y se diferencian en la cantidad de haluros de plata que contienen. Con el salto a la tecnología digital esto se consiguió dotando al sensor de la posibilidad de modificar el voltaje en el que se convierten los fotones de la luz.
El ojo fotográfico adiestrado es capaz de detectar las composiciones más vibrantes y llamativas. Los más entendidos en la materia indican que, al igual que pasa con la creatividad, la composición se adiestra observando muchas fotografías, preferentemente de fotógrafos notorios. Pero hay algunas reglas de composición que nunca viene mal conocer.
Las simetrías. Consiste en buscar un encuadre en el que el eje vertical central, el eje horizontal central o el eje diagonal sean como un espejo que refleje a ambos lados elementos idénticos o muy parecidos.
La regla de los tercios. Consiste en dividir el encuadre en 3 partes verticales y 3 horizontales. Según esta regla, los objetos o personas que coloquemos en cualquiera de los 4 puntos virtuales que se crean donde se cruzan las líneas de separación, adquirirán mayor peso visual.
La línea de horizonte. Muy relacionada con la anterior. En fotos o vídeos en los que divisemos el horizonte, la línea que forma deberemos intentar colocarla por encima o por debajo de la mitad horizontal del encuadre (salvo que busquemos una simetría).
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